Como la pelota en la cancha, como las noticias sensacionales que se esparcen por todos los confines de la Tierra, un mundo nuevo rueda para darle al fútbol un matiz de frescura que mucha falta le estaba haciendo.
Rozando el profesional, sin desligarse totalmente del amateur, el Mundial Femenino de Australia y Nueva Zelanda nos llevó en sus alas a un viaje distinto, de aquellos que no sentíamos desde los días de adolescencia. Hoy el fútbol de hombres vive en una espiral inflacionaria, en un “bucle” de dinero y conveniencias que lo han engrandecido como actividad que marcha con la contemporaneidad y el mercado, pero que se ha alejado, tal vez definitivamente, de su concepción original.
Porque ¿qué es y para qué es el deporte?, ¿cuál es su verdadera finalidad? Viendo a las muchachas en su entrega, vivimos esa dulce reconciliación con el fútbol que ya nos estaba preocupando. Es posible que el fútbol de chicas también vaya por el mismo camino, especialmente si nos damos cuenta del estremecimiento que tuvo en Oceanía, pero mientras esto sucede hay que saborearlo tal como es hoy. Porque mientras más de dos millones de espectadores y transmisiones de televisión de alto alcance hablan por sí solos, las jugadoras mejor pagadas, casi todas de la selección de Estados Unidos, no llegan en ganancias a medio millón de dólares por año, y por eso hay que disfrutar de su juego mientras esto sea así. Seguramente ellas mantendrán su comportamiento; luego no sabemos, ya veremos hasta dónde llegarán.
Y ¿a qué nivel han llegado las mujeres, se podrían calibrar con el de los varones? Son parámetros indescifrables, porque cada quién es cada cual. Vimos maniobras interesantes, algunas hasta admirables y concepciones de juego y esquemas bien fundamentados, pero con algunas limitaciones. Por ejemplo, las pelotas divididas fueron comunes por falta de dominio individual, las marcas se perdían en el fragor de la acción, despejaban balones al reventón, pases inexactos, ante el peligro enviaban pelotas a la banda en secuencias en las que podían salir jugando. Estas son facetas del juego que suelen ser moneda corriente en los hombres, mucho más habituados al contacto con el balón. Pero son detalles que da la continuidad de la práctica y el juego mismo. Como decía un antiguo técnico brasileño: “El fútbol es repetición”.
No obstante, hay un progreso evidente. Hay preocupación y compromiso, sistemas de entrenamientos parecidos a los equipos profesionales, y las jugadoras comienzan a convencerse de que es ahí y no en otra actividad donde pueden labrarse el porvenir.
Los aficionados de aquí y de allá ya se asoman para saber cómo es el fútbol de mujeres. Hasta incrédulos e indiferentes comienzan a gustar de ese fútbol, y a creer que de verdad hay en sus canchas la creación de un mundo nuevo y sonriente.
Un juego de té
Mientras el equipo campeón del Mundial 2023 recibirá una compensación por su gesta 4.29 millones de dólares, las jugadores alemanas recuerdan, con un dejo entre la nostalgia y el sarcasmo, su victoria en la Copa jugada en 2003 en Estados Unidos, ganada por las teutonas.
Al regresar a Berlín fueron aclamadas y premiadas por su gran victoria, pero no con un montón de billetes sino con un juego de té para invitar en sus casas a las amistades.
Esa era, entonces, el concepto que se tenía del fútbol femenino. En veinte años la humillación quedó en el pasado, y ya no son solamente las autoridades del juego las que siguen a las muchachas, sino los aficionados que se entusiasman con sus partidos y sus graciosas jugadas.
La Fifa ha planificado para el 2027 igualar los premios, que en Catar fueron de 47 millones para Argentina, selección campeona.