Educare, educere y acoso escolar por Alberto Blanco-Uribe. La educación ha sido un tema de gran interés para mí, a lo largo de mi vida.
No sólo en cuanto al periodo durante el cual asistí como alumno o estudiante al denominado “sistema educativo”, desde el preescolar hasta distintos niveles de postgrado universitario, sino también durante las más de tres décadas en las que ejercí la docencia universitaria.
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En ese sentido, como siempre me pareció lógico, si vamos a reflexionar sobre un concepto, en este caso el de Educar, resulta primordial partir de lo que al respecto se indica en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española[1].
De allí destaco la acepción 2: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”.
Esta definición es sensiblemente más amplia y omnicomprensiva que la que el mismo texto ofrece en cuanto al vocablo Educación[2], el cual paradójicamente alude nada más a criar, enseñar, adoctrinar, instruir.
Y es muy lamentable que sea ésta la idea que se ha generalizado, en el sentido de hacer ver que educar es meramente enseñar o instruir, es decir, transmitir un cúmulo creciente de información sobre diversas temáticas del saber humano, esencialmente intelectual, más o menos generales o especializadas.
Y lo que es peor, es que ello acontece, salvo excepciones, fuera de todo contexto forjador del espíritu crítico y de la herramienta reflexiva. No se enseña a pensar.
No se aprende a aprender. No se estimula el cuestionamiento, ni la producción de ideas propias, susceptibles de enriquecer el conocimiento en provecho de todos. En realidad, se trata tristemente de un seudo entrenamiento de las facultades memorísticas.
De tal manera, podemos observar que, si bien la práctica docente se concentra o se limita al enfoque intelectual (o cognoscitivo), es palpable que se está lejos del cometido citado de desarrollar y perfeccionar las facultades intelectuales.
En efecto, las habilidades intelectuales son: “identificar, observar, recordar, clasificar, analizar, sintetizar y resumir”[3], y también: “razonar, planificar, resolver problemas, pensar de forma abstracta, comprender ideas complejas, aprender con rapidez y de la experiencia”[4].
¿Cómo en tales condiciones podría fomentarse la participación del alumnado y su vocación propositiva? Un alumno no es un receptáculo de información, sino una persona con una ciudadanía potencial que ha de ser estimulada, en favor de la sociedad.
Ahora bien, llegados a este punto, cabe observar que el así denominado “sistema educativo” no solamente ha dejado de lado su rol forjador de la verdadera intelectualidad, sino que además nada o realmente muy poco se encuentra en él acerca del desarrollo y perfeccionamiento de las facultades morales.
Es verdad que dentro de los pensa de estudios a nivel escolar se encuentran materias que abordan los aspectos vinculados a la civilidad y la ética, tales como el cumplimiento de los deberes ciudadanos y el respeto de la ley.
Empero, ello se aborda, según se ha dejado expresado previamente, desde una perspectiva de instrucción de información, sin integración del conocimiento, mediando una simple e inútil memorización, sin incidencia en la realidad cotidiana del niño o del joven, como sucede con todas las demás materias.
Es evidente que no se construye ciudadanía de esta manera. En los mismos términos que no se sensibiliza a la problemática ambiental en las materias científicas, ni a la necesidad de libertad, tolerancia, inclusión, respeto de los derechos humanos y de la diversidad cultural, en las materias humanísticas.
Educar viene de “educare” que es enseñar, informar, instruir, pero desde el desarrollo intelectual, y de “educere” que quiere decir extraer lo mejor de la persona, mediando el cultivo cotidiano de los valores y la identificación, expresión y control de las emociones.
Obviamente que los padres y demás adultos que puedan estar a cargo de la crianza de los niños y jóvenes, desde la convivencia diaria, han de jugar un rol esencial en lo concerniente a “educere”, sin exclusión del “educare”.
Empero, si existe algo de trascendental importancia social que llamamos “sistema educativo”, es de suyo claro que igualmente le compete, y con quizás mayor impacto colectivo, el “educere”. Por ello los especialistas de la educación hablan de la “pedagogía de la ternura”, comprensiva de la educación en derechos humanos, de la educación para la ciudadanía, de la educación ambiental y de la educación para el patrimonio cultural.
Y es en ese ámbito que dentro de las modalidades de la educación se han de adoptar las metodologías que se conocen como aprendizaje cooperativo, en grupos pequeños y heterogéneos de alumnos que trabajan conjuntamente para el logro del aprendizaje común y de los otros integrantes del aula de clases.
Al menos en un plano teórico comienza a excluirse esas abominables prácticas que inducen al individualismo, a la competencia sin más, al objetivo de ganar mediando que los demás pierdan, que fomentan esa falsa y nefasta idea de superioridad, a ese mal sentimiento de considerarse mejor que los demás, o que aquellos que son diferentes.
Resumimos hasta aquí diciendo que el “sistema educativo” falla en su noble misión de generar educación, pues no contribuye al desarrollo y perfeccionamiento de las facultades intelectuales (“educare”), ni tampoco con el de las facultades morales (“educere”), dentro de las cuales citaremos la sensibilidad y la compasión frente a los demás, la gratitud, la humildad, la honestidad, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, la actitud colaborativa, la generosidad, la sinceridad, la amabilidad, la empatía, etc.
Ahora bien, dentro de este contexto vemos ese lamentablemente generalizado fenómeno del acoso escolar (bullying), entendido como toda forma de violencia física, verbal, psicológica, sexual, social o cibernética, entre compañeros que agreden sistemáticamente a otros que se encuentran en situación de indefensión, desventaja e inferioridad.
Este problema social se ha incrementado de manera pavorosa en todo el mundo, exponenciado por el efecto globalizante de las redes sociales, al extremo de haber conducido incluso al suicidio a niños y jóvenes.
Frente a ello, me vino a la cabeza el interrogante acerca de cuáles serían las causas del acoso escolar, y de inmediato acudí, ante todo, a Internet. Allí pude encontrar, como primera aproximación, la situación familiar de las personas involucradas, como víctimas o victimarias, en donde claramente está fallando el “educere” familiar u hogareño, tales como entorno desorganizado, poco respeto, mala comunicación, maltrato y violencia doméstica, falta de autoestima, prejuicios, racismo, sexismo, falta de valores y de límites.
Por otro lado, la sociedad en general también incide en la aparición del acoso escolar, por medio de la “cultura de la violencia”, que llega al niño o joven a través de la familia, pero también de los medios de comunicación social (cine, internet, videojuegos, etc.), haciéndola aparecer y hasta sentir como algo natural e inevitable. Una verdadera contracultura.
Desde otra perspectiva algunas fuentes señalan como causas del acoso escolar las circunstancias particulares de las víctimas: la identidad de género (niño juzgado como muy femenino o niña como muy masculina), la orientación sexual real o supuesta, una discapacidad física o psíquica, un problema de comunicación que afecte el habla, y hasta la pertenencia a un grupo social o cultural particular.
En mi opinión, estas últimas pretendidas causas no serían tal cosa, puesto que a mi modo de ver siempre habrá diferencias de toda índole entre las personas. Las habrá muy bajas o muy altas, muy gordas o muy delgadas, con buena vista o mucha miopía, contraculturalmente tenidas como guapas o feas, fuerte o débiles, flexibles o no, nacionales o extranjeras, de esta o de aquella región, de etnias u orígenes culturales diferentes, y pare usted de contar.
El problema no puede estar en la existencia de diferencias que son inevitables y bienvenida sea la riqueza de la diversidad, sino en la percepción que se tenga de esas diferencias, percepción que viene determinada por aquellas situaciones familiares negativas, y por la cultura de la violencia, que claramente actúa allí donde no hay buena comunicación dentro de la amabilidad, le benevolencia y la compasión dentro de la familia.
¿Y a todas estas cómo interviene el “sistema educativo”?
Pues bien, siendo como hemos establecido previamente, un sistema que falla en cuanto al “educere”, es decir, que hunde a los niños y a los jóvenes en un medio que fomenta la competitividad y deja de lado la cooperación entre los compañeros, por una parte, mientras por la otra desestima, minimiza y hasta menosprecia el cultivo de los valores y el manejo de las emociones, es más que evidente que la causa central del acoso escolar, a más de lo que el niño o joven puede traer como vivencia de su casa, y a más también de las influencias de los medios de comunicación, todo lo cual podría constructivamente vencerse creando un ambiente vivencial escolar de compasión, respeto, colaboración y solidaridad, es la propia escuela. La escuela es la causa fundamental y notable del acoso escolar.
Tanto así, que la falla evidenciada en cuanto al “educare”, al no enseñar a pensar, reflexionar y escudriñar las situaciones, circunstancias y por qué de las cosas, no permite que el niño o joven, víctima o victimario, encerrado en el círculo vicioso de la violencia, pueda escapar de ella y superarla por un acto de raciocinio. Situación que podría también resolverse por medio de las facultades intuitivas, si las mismas fuesen estimuladas y no prejuiciosamente excluidas de la escuela.
Si así fuera, la simple idea vivenciada y debidamente estimulada de hacerse de la vida con la intención de ser un regalo para los demás, permitiría al niño o joven descubrir cómo él termina también siendo beneficiario de ese modo de ser y de vivir.
La ilogicidad de la violencia se sustituiría por la cordura de la felicidad y el bien de todos.
El Dharma o si se quiere la razón de ser del “sistema educativo” se resume en enseñar a pensar en lo intelectual, y a desarrollar el amor compasivo en lo moral.
Esta entrada ha sido publicada el noviembre 1, 2023 9:36 am
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