Los gatos son, después de los perros, las mascotas más adoptadas y con mayor presencia en el ámbito doméstico. Es fundamental contar con información detallada sobre ellos para poder llevarlos y cuidar su salud de la mejor manera posible. Sin embargo, estos animales son enigmáticos y a menudo sus comportamientos resultan intrigantes. Un ejemplo de ello es su aversión a las puertas cerradas.
Los gatos son seres curiosos por naturaleza. Su instinto explorador los impulsa a investigar cada rincón de su entorno en busca de nuevas sensaciones y experiencias. Una puerta cerrada representa un desafío para ellos, una chance de descubrir qué se esconde al otro lado. La frustración de esta curiosidad no satisfecha puede llevarlos a maullar insistentemente o a intentar abrir la puerta con sus patitas.
El motivo del desagrado de los gatos hacia las puertas cerradas
Además de la curiosidad, los gatos son animales extremadamente territoriales. Consideran su hogar como su reino y sienten la necesidad de controlar cada espacio. Una puerta cerrada les impide patrullar su territorio y marcarlo con su olor, lo que genera inseguridad. Esta necesidad de control se manifiesta en su insistencia por abrir puertas y en su reacción a cualquier cambio en su entorno.
A pesar de parecer inofensivas, para los gatos las puertas cerradas representan una triple amenaza: falta de elección, falta de control y cambios. Al no poder acceder a ciertos espacios, se sienten privados de su libertad de movimiento. Además, la imposibilidad de controlar lo que ocurre al otro lado de la puerta les genera estrés y ansiedad. Por último, los cambios en su rutina, como cerrar una puerta que antes estaba abierta, pueden desestabilizarlos y provocar comportamientos no deseados.