La reciente visita de Richard Grenell, enviado especial de Donald Trump, a Venezuela ha generado controversia, especialmente entre críticos como el republicano Elliott Abrams. Este último expresó su desaprobación por el encuentro sostenido entre Grenell y Nicolás Maduro, donde se discutieron temas como la liberación de seis estadounidenses detenidos y la repatriación de migrantes venezolanos.
Abrams, quien ocupó el cargo de enviado especial a Venezuela e Irán durante la primera administración de Trump y ha sido un firme opositor a cualquier acercamiento con el régimen de Maduro, describió la reunión como un momento lamentable. Considera que cualquier interacción con Maduro solo serviría para reforzar su legitimidad, lo que, a su juicio, podría interpretarse como un reconocimiento implícito de la administración Trump hacia el líder chavista.
El exfuncionario estadounidense afirmó que si el propósito era enviar un mensaje contundente sobre cuestiones migratorias, el presidente Trump podría haberlo hecho personalmente y no era necesario enviar a alguien a Caracas. La reunión de Grenell con Maduro, tan pronto después de que este asumiera un tercer mandato no reconocido por Estados Unidos, tomó por sorpresa a muchos, dado el enfoque de «máxima presión» que Trump mantuvo sobre el régimen de Maduro en su mandato.
Aunque la Casa Blanca aseguró que la misión de Grenell tenía como objetivo garantizar la repatriación de migrantes y la liberación de estadounidenses, la imagen del enviado de Trump dialogando con Maduro fue interpretada por muchos como una posible señal de flexibilización en la postura del gobierno estadounidense. A pesar de esto, la falta de transparencia sobre los acuerdos concretos alcanzados y las reservas expresadas por Abrams y otros críticos reflejan la creciente preocupación sobre la legitimidad internacional de un gobierno cuestionado por violaciones de derechos humanos y su legitimidad interna.