A pesar de las complicaciones que surgen de la falta de previsión, y algunas veces sus efectos devastadores, la llegada de la lluvia resulta inexorablemente una bendición.
Luego de varios meses de sequía, en dos episodios lluviosos en días continuos se siente el olor a grama, a naturaleza; el verdor de mis limoneros rompen de alegría nuestras retinas, virtud que no consigue el riego con agua proveniente de las redes de distribución.
Como si fuera poco, una nueva generación de morrocoyes incubados bajo tierra comienzan a emerger del cascaron e implica una fiesta de nuevas vidas.
El domingo 22 de octubre llovió y el lunes 23 volvió a llover.
En la primera fecha, la naturaleza acompañó a otro tipo de lluvia: un chaparrón de voluntades, un esfuerzo individual que eclosionó en el espíritu dormido de una nación que no se acostumbra a la servidumbre, al bozaleo y las dádivas y en medio de un fervor incuestionable decidió recuperar sus espacios naturales de lucha cívica.
Sin la posibilidad de grandes cadenas de difusión, con limitaciones operativas, pero con una inmensa fuerza de convicción presenciamos un renacer de antiguas formas comunicacionales, la difusión persona a persona, así como el impacto y la utilidad de las redes sociales que hacen una diferencia significativa; sin combustible, con las radioemisoras silenciadas por la amenaza que conlleva a la autocensura, fuimos testigos de un despliegue espontaneo; hombres y mujeres de todas las edades recorriendo sus municipios para saber donde le correspondía sufragar, luego que el día anterior las alcaldías, el seniat, instituciones sanitarias (cuya efectividad es ilusión por más de una década) y otros entes con competencia y sin ella se dedicara a cerrar los lugares acordados para realizar una elección cuya trascendencia se traduce en un ejercicio ciudadano, sin apoyo oficial y con mucha, muuuucha obstrucción e intención de desestimular la participación.
La lluvia del lunes 23 acompañó al gimoteo de una clase política; una especie que sospecha está en peligro de extinción como estructura social, que no entiende su propia realidad, divorciada del común de la ciudadanía; una cofradía que mediante el fetiche de un temor sembrado por un lado, y por el otro una casta que a cambio del perdón a sus fechorías administrativas del pasado conviven convidados de oportunidad en el “festín de Filomena”, libando dulces uvas de lo que queda en un país quebrado, descuartizado en su estructura poblacional, con instituciones gangrenadas que se han acercado para consolidar una sola masa tumoral.
Al igual que los morrocoyes en mi patio, la lluvia hizo salir de sus cuevas a especies no ovíparos, aunque conchudos como cachicamos y cuspas de la política.
Si no fuera por el dramatismo que la hora actual ocupa, de seguro los programas humorísticos televisivos tendría material suficiente para meses de producción: Funcionarios en el pasado acusados de corrupción, que huyeron del país y renunciaron a cargos de gobierno desde sus nidos dorados “en el imperio”, solicitando “investigación” a la “osadía de un país que se atrevió”; conminar por la vía judicial a desdecirse a una nación que en medio de la mayor de las tribulaciones lanzó un grito que resuena y hace eco en los más apartados confines del planeta.
Funcionarios de todos los niveles, abusando en el uso de medios de comunicación, propiedad de todos los venezolanos, intentan borrar de la mente del mundo lo que vio, sopesó y comprobó a pesar de la censura.
Resulta imposible convencer a nacionales y extranjeros, de que fue un acto de hipnosis colectiva, que la imagen de lo vivido fue “una ilusión óptica”, y si no puede ser impuesta desde una estrategia de construcción psicótica, entonces se invoca al judicialización para convencer a quienes decidieron actuar por convicción, de que están equivocados.
Nunca antes (que sea conocido) se intentó por la vía judicial obligar a millones de actores a borrar de sus memorias, el mayor gozo que se auto proporcionaron en un solo día.
Nunca el silencio hizo tanto ruido; Sin embargo, el mundo observa, quienes aun no se atreven confirman que es posible; quienes quieren dar un paso para cambiar de acera esta es la oportunidad; es una ocasión auspiciosa y fértil para el coraje, el compromiso con la historia y como reacción humana reconocer que hay posibilidades reales de un nuevo amanecer.
En el reencuentro de la nueva Venezuela todos somos necesarios, menos aquellos que aun pudiendo ser factores determinantes para acortar las trabas y dolores de una nación no muestren voluntad o intención de actuar y en su defecto, continúen ensombreciendo las rutas y sembrando de escollos los caminos.
La lluvia ha refrescado los campos venezolanos, ha hecho retoñar una fuerza de vida, una fiesta de nuevas ilusiones.
Quienes sufren de terrores por el agua que cae del cielo, deberían bajarle a la histeria, que pone en evidencia una condición psiquiátrica consistente en “proyectar” sus ansias y ejecutorias en el otro como medida de escape.
El país no se circunscribe al libreto escrito por la manipulación psicológica de costumbre; es más, cuando escucha argumentos para justificar sus actitudes se remonta en la memoria a hace apenas seis años, cuando no hubo como en esta ocasión un ejercicio ciudadano, constitucional e independiente de libre albedrío establecido en la constitución, sino que se eligió una corporación que desapareció la institucionalidad, se abrogó un poder plenipotenciario y nunca se supo una “verdad” denunciada por la empresa encargada del “negocio electoral”.
Sería pertinente revisar las afirmaciones del Señor Antonio Mugica presidente de Smartmatic, durante rueda de prensa luego de dichos comicios, (puede localizarse en https://youtu.be/-Or9muOkuic?si=xf92b8HVMqUcCPx0 ).
Seguirá lloviendo, la lluvia borrará máscaras y disfraces, pero sobre todo obligará a salir a flote a toda una fauna cuando las madrigueras se inunden. Eso es lo que hace la lluvia.
Pedroarcila13@gmail.com