Aunque poco creyente, de todas maneras el Cielo le dio la bienvenida. Allá, Gabo será feliz e indocumentado.
Con la crónica de su muerte anunciada, el público lector ha quedado náufrago de buenos relatos y no tendremos quién nos escriba.
En estos tiempos de cólera sin amor y, ahora atrapado en un laberinto general, la soledad sin sus nuevos cuentos durará más de cien años.
Alejandro Prado Jatar