El término “Babygirl” se ha popularizado en la jerga actual para referirse a hombres jóvenes que aparentan ser sensibles, sumisos o vulnerables. En este contexto, surge el thriller erótico del mismo nombre, dirigido por la holandesa Halina Reijn, que ha generado controversia desde su presentación en el Festival de Cine de Venecia. Aunque la trama, que narra la relación entre una ejecutiva y su becario, parece reciclar clichés de los años 80, la directora logra abordarlos con originalidad y profundidad.
La película se centra en Nicole Kidman, en el papel de una ejecutiva insatisfecha que se involucra con su joven asistente interpretado por Harris Dickinson. La tensión sexual y el poder se entrelazan en una trama que desafía las convenciones de género, presentando a una mujer que busca ser dominada y a un hombre que asume un rol dominante a pesar de su posición laboral.
En cuanto a la forma, la película no escatima en escenas de sexo, pero lo hace de manera consciente y reflexiva. Kidman ha expresado que más allá del aspecto erótico, la cinta aborda temas como el deseo, el poder y el consentimiento, lo que la llevó a experimentar un agotamiento emocional durante el rodaje.
Aunque “Babygirl” refleja la influencia del movimiento #MeToo, también se niega a renunciar al fervor y la intensidad de las pasiones humanas. La directora insta a los hombres a reflexionar sobre la brecha orgásmica entre géneros, en un intento por desafiar los mitos y estereotipos que han perpetuado la dominación masculina en el placer.
A pesar de sus precauciones, la película despliega una red de seguridad que limita su impacto y un final conciliador que resta efectividad a las bombas planteadas anteriormente. Sin embargo, su enfoque desafiante y su mirada crítica hacia los dogmatismos la convierten en una propuesta valiente y provocativa en el panorama cinematográfico actual.