La oposición venezolana ha experimentado un tumultuoso viaje político, con altibajos característicos de una montaña rusa. Uno de los momentos más destacados fue durante las elecciones presidenciales del 28 de julio, cuando el candidato opositor Edmundo González obtuvo cerca del 70% de los votos, según actas respaldadas por estudios independientes y el Centro Carter.
Sin embargo, a pesar de esta aparente victoria abrumadora, Nicolás Maduro se juramentó para un tercer mandato el 10 de enero, mientras que González permanece en el exilio para evadir una orden de captura. La represión de las protestas postelectorales y las detenciones políticas han sumido a Venezuela en una crisis que ha generado incertidumbre sobre el futuro de la oposición.
Expertos como Benigno Alarcón y Carmen Beatriz Fernández señalan que la oposición necesita nuevas estrategias para ejercer presión interna y coordinar con la comunidad internacional. Sin embargo, el miedo a represalias y la persecución política han dificultado la movilización popular, obligando a la oposición a replantear sus tácticas.
La juramentación de Maduro ha planteado nuevos desafíos para la oposición, con la convocatoria de elecciones en 2025 y una reforma constitucional. Este escenario ha llevado a la oposición a repensar sus estrategias y reconstruir sus capacidades políticas para enfrentar un futuro incierto.
La diáspora venezolana y la atención internacional son dos activos clave para la oposición, que busca cohesionar a los descontentos y generar presión tanto interna como externa. A pesar de las dificultades, los analistas coinciden en la necesidad de negociaciones políticas que reconozcan la voluntad de cambio de la población y allanen el camino hacia una transición política.
En medio de esta montaña rusa política, la oposición venezolana se enfrenta a un panorama desafiante pero no exento de oportunidades para redefinir su estrategia y recuperar el impulso perdido en su lucha por un cambio democrático en el país.