El nuevo Secretario de Estado de los Estados Unidos, Marco Rubio, ha iniciado su primer viaje diplomático por América Latina con un dominio del idioma español, estableciendo rápidamente conexiones con líderes de la región. Sin embargo, también ha protagonizado momentos de tensión en su recorrido.
En su visita a Panamá, Rubio describió sus reuniones como «respetuosas» y sugirió que se plantearon soluciones para abordar las demandas controversiales del presidente Trump sobre el Canal de Panamá. A pesar de esto, el Departamento de Estado emitió un comunicado brusco afirmando que Rubio había dado un ultimátum a Panamá, lo que generó un desmentido por parte del gobierno panameño.
Rubio, un exsenador de ascendencia cubana de 53 años, ha demostrado habilidades diplomáticas adquiridas a lo largo de su carrera política, negociando compromisos y confiando en la «amistad» con sus interlocutores. A pesar de esto, también se ha mostrado cómodo con el estilo de comunicación estridente de Trump en redes sociales.
Como primer secretario de Estado hispano, Rubio ha destacado la importancia de su primera gira por Latinoamérica, visitando cinco países, con la República Dominicana como destino final. Durante su tiempo como político en Florida, estableció relaciones con actores clave de la región, especialmente conservadores.
Rubio ha defendido la agenda «América First» de Trump, a pesar de haber expresado previamente posturas más inclusivas sobre la inmigración. Durante su visita a Panamá, presenció la deportación de migrantes indocumentados y ha respaldado campañas masivas de deportación para combatir el tráfico humano.
Además, Rubio ha priorizado la reducción de la influencia de China en la región, logrando que Panamá abandonara la iniciativa china de la Ruta de la Seda. En su recorrido, cada país visitado ha ofrecido asistencia en temas migratorios, con propuestas como la de El Salvador de recibir a extranjeros deportados y presos estadounidenses.
Rubio, que también es devoto católico, ha buscado humanizar el regreso de Trump a la Casa Blanca, participando en eventos religiosos y mostrando una actitud más abierta con la prensa. A pesar de las críticas, su enfoque directo ha logrado resultados, aunque plantea interrogantes sobre la posición de Estados Unidos en un escenario internacional más competitivo.